lunes, 25 de enero de 2010

Por construir una obra se sacaron 61 árbol de la avenida Alem.

La extensión de la línea E, del Correo Central a Retiro. Son todos ejemplares de tipas que fueron trasplantadas en el Parque Indoamericano. A cambio, la empresa constructora donó a la Ciudad 326 ejemplares de jacarandá, más resistente a las tormentas.

Cuando la temperatura supera los 30° y el asfalto se recalienta hasta volverse incandescente, caminar o resguardarse unos segundos bajo la sombra de los árboles es el único alivio que pueden sentir quienes transitan la city porteña. Sin embargo ahora, ampararse de los rayos del sol en la avenida Leandro Alem se ha vuelto una tarea bastante complicada.

Debido a los trabajos de construcción para ampliar la línea E de subte -desde el Correo Central hasta Retiro- en los últimos dos meses se han retirado 61 tipas de frondosas copas, que constituían una gran hilera verde, y que aportaban reparo y aire fresco al Bajo porteño.

La encargada de la remoción de los árboles fue la empresa Benito Roggio, a cargo de los trabajos de ampliación del subte. El método de construcción exige que en el tramo de la avenida donde van a erigirse las estaciones, se realice una intervención a cielo abierto. Por ese motivo, es que en las cuadras respectivas a las estaciones Correo Central y Catalinas se retiraron los canteros centrales.

Finalizada la obra, la empresa está obligada a reponerlos tal como estaban antes; es decir, respetando las condiciones iniciales de dimensiones, luminarias, y también arbolado.

Especialistas del Ministerio de Ambiente y Espacio Público, que controlaron el retiro de las tipas, explicaron que para que el proceso de transplante sea exitoso, primero se debe reducir la copa del árbol lo suficiente como para poder trasladarlo en la Ciudad, y luego se talla un terrón alrededor del tronco con la mayor cantidad de raíces posible (en algunos casos, es necesario proteger el terrón con un lienzo o sogas). Una vez elegido el sitio donde el árbol va a ser trasplantado, se cava un pozo, y con la pluma de una grúa se lo ubica allí. En los siguientes días, se le da un riego importante para que se asiente y también se le suelen colocar tutores en el tronco.

Las añejas tipas (algunas llegaban a los 60 años) que fueron removidas del Bajo, ya fueron trasplantadas en el Parque Indoamericano, un gran espacio verde de 130 hectáreas que recorre los barrios de Villa Lugano y Villa Soldati. Sólo dos de estos ejemplares fueron descartados porque, según los especialistas, presentaban una inclinación excesiva.

Como compensación por las extracciones ejecutadas, la constructora Roggio debió donar a la Ciudad 326 ejemplares de jacarandá, que fueron recibidos en el vivero del parque Avellaneda. Algunos de estos árboles fueron plantados: en las avenidas Presidente Roque Saenz Peña y Escalada y en la plaza de Mataderos. De todas formas, la mayor parte de ellos aguarda destino.

La elección del jacarandá para el reemplazo de las tipas en la avenida Alem tiene un motivo: especialistas de la Dirección de Arbolado porteña explicaron que las tipas son muy grandes y tienen una madera con poca resistencia. En casos de tormenta, son proclives a quebrarse, tal como sucedió en las dos tormentas de enero en que la caída de varios ejemplares provocaron destrozos en autos estacionados y dejaron anegadas muchas calles. En tanto, el jacarandá es un árbol más pequeño, de madera fuerte, que se adapta sin problemas al trazado urbano.

Si bien se supone que en la actualidad hay cerca de nueve mil tipas en la Ciudad, las cifras no están actualizadas. Al respecto, el ministro de Ambiente y Espacio Público, Diego Santilli, anunció que en los próximos días se realizará un control integral del arbolado porteño: "Se firmó un preacuerdo con el Banco Mundial para realizar el primer censo fitosanitario de la Ciudad. Se podría llevar a cabo entre febrero y marzo, para luego elaborar un plan de acción sobre los árboles".

Para poder continuar con la ampliación del subterráneo, una obra que sin dudas ha alterado la fisonomía de la zona, resta una última intervención que consiste en el retiro de un ejemplar adulto de plátano ubicado en la Plaza Roma, de Alem y Lavalle.

Por su sola extracción, la Ciudad solicitó una compensación de 97 ejemplares de jacarandá. La idea es que en un futuro cercano todos estos árboles jóvenes estén distribuidos por diferentes barrios, y que con sus flores, aporten un tono celeste a las calles porteñas.

martes, 19 de enero de 2010

Adiós a un árbol centenario.

Réquiem por un árbol anciano. El Jardín Botánico despidió ayer con acordes de motosierra a un cedro libanés que no resistió el temporal de viento que azotó el jueves Madrid. Son 140 años de historia, dos toneladas y media de madera recia, convertidos en rodajas que los empleados se llevaban de recuerdo y en materia prima para artesanos profesionales y aficionados que se acercaron al olor del árbol caído.

Ocho podadores se ocuparon de seccionarlo desde el jueves por la mañana, pocas horas después de que se desplomase de madrugada. Ayer, con la faena a mitad de camino, se presentaron en el jardín dos lutiers en busca de madera gratis para fabricar instrumentos de música. Optaron por un generoso pedazo de rama de más de 100 kilos, después de examinarlo con cuidado.

Uno de ellos, Manuel Contreras, que hace guitarras clásicas de concierto en un taller de la calle Mayor, juzgó su adquisición sin demasiado entusiasmo: "Bueno, no es una madera que utilicemos mucho los lutiers. No vale para la caja de las guitarras; pero es dura, resistente, y sirve para los mástiles". Tendrá que esperar al menos 15 años a que se seque el tronco para buscarle la forma.
Al desguace del cedro difunto también se presentó Jerónimo Páramo, 35 años, escultor en sus ratos libres. Se volvió a casa con un tarugo de seis kilos para el que ya tiene función: "Limpiaré la corteza y haré rostros de Cristo y figuras abstractas".

Hay otros dos planes para el sinfín de trozos de madera desperdigados por el lugar: que los empleen los alumnos del taller de jardinería del Botánico para hacer bancos o que se descompongan para convertirse en compost (abono orgánico).

El vicedirector de horticultura del jardín, Mariano Sánchez García, explicó que el fin del árbol, de 17 metros de alto, se debió al efecto de la lluvia y el viento. "El agua soltó las raíces de la tierra, una ráfaga de aire movió el tronco con todo su peso y el cepellón se desgarró". Sánchez ilustró así el problema de los árboles perennes grandes con el aire: "Son como barcos de vela. Al conservar todo el follaje, absorben toda la carga del viento y hay más riesgo de que vuelquen".
Pese a que en el Botánico aún quedan dos cedros libaneses, uno de más de 100 años, la caída del más viejo deja un hueco estético importante en el mirador de la llamada terraza de los bonsáis. Allí hacía paisaje con otros tres árboles majestuosos: un olmo del Cáucaso, un árbol de hierro persa y un ciprés común.

Sánchez ya piensa en contactar con la Embajada de Líbano para pedir otro ejemplar "lo más grande posible, tanto como quepa en un barco o un avión". La traba principal para lograrlo es que el cedro libanés es un árbol endémico en su país, en riesgo de extinción, y el Botánico deberá obtener un permiso especial de exportación para que pueda salir del país de Oriente Próximo.
Con la caída del enorme cedro el jardín no pierde sólo un espécimen natural interesante, sino un arma valiosa contra el cambio climático, según resaltó el vicedirector de horticultura: "Un ejemplar tan grande y pesado como éste es un auténtico sumidero natural de dióxido de carbono. Ahora lo único que debemos de evitar es quemarlo, porque eso implicaría soltar al aire toneladas de CO2".

La contaminación que captó el árbol en sus 140 años de vida en el Botánico, al lado del paso constante de los madrileños en sus vehículos, desde carrozas de caballo en la antigüedad hasta ahora, con coches y motos de furiosos tubos de escape, también lo envejeció antes de tiempo. En el jardín no le daban ni 50 años de vida. El último aliento para una especie con una esperanza de vida de medio millar de años.